El término «chemsex», una fusión de las palabras en inglés chemicals (químicos) y sex (sexo), describe un fenómeno que ha cobrado visibilidad en los últimos años en el colectivo LGTBIQ+: el uso deliberado de ciertas drogas psicoactivas para potenciar, desinhibir y prolongar las experiencias sexuales, a menudo en sesiones maratonianas o «chills» entre hombres que pueden durar horas o incluso días.
Si bien la búsqueda de placer es inherente al ser humano, cuando esta práctica se vincula con sustancias como la mefedrona, la metanfetamina o el GHB/GBL consumidas por via nasal u oral, rectal, fumadas o incluso en algunos casos inyectadas (práctica llamada Slam, en el argot del chemsex) los riesgos para la salud física y, crucialmente, para la salud mental, se disparan.
Este breve artículo pretende desmitificar el chemsex, identificar las señales de alarma y explicar cómo se puede abordar desde un enfoque psicológico profesional y sin prejuicios.
Existen muchas ideas erróneas sobre esta práctica. El primer mito a desmentir es que solo afecta a personas con una adicción severa. Muchas personas que practican chemsex pueden tener vidas funcionales en otros ámbitos, aunque el consumo impacte negativamente áreas específicas.
Realidad: El chemsex es un fenómeno complejo que va más allá de la adicción pura; a menudo está ligado a la gestión de la homofobia internalizada, la búsqueda de conexión social, o la necesidad de desinhibición para sentirse deseable.
Realidad: Las drogas asociadas al chemsex, especialmente en las combinaciones habituales, tienen un alto potencial adictivo y de riesgo para la salud cardiovascular, neurológica y mental, incluso en consumos que la persona percibe como moderados. El uso de estas sustancias también aumenta drásticamente las prácticas sexuales de riesgo y la transmisión de ITS (VIH, Hepatitis C).
La línea entre el uso recreativo y un problema de salud es subjetiva y personal. Sin embargo, hay señales claras que indican que es momento de buscar ayuda.
El enfoque profesional actual se basa en la reducción de daños como primera medida y luego plantearse la abstinencia y/o desintoxicación según el caso. El objetivo no es juzgar la conducta, sino minimizar todo lo posible sus consecuencias negativas. Algunas estrategias prácticas incluyen:
Más allá de los riesgos físicos, el chemsex deja una huella profunda en la salud mental. La ansiedad, la culpa y la vergüenza son emociones frecuentes que, a menudo, retroalimentan el ciclo de consumo. La persona puede sentirse atrapada en un círculo vicioso: consume para evadirse de las emociones negativas y, tras el consumo, esas emociones se intensifican. Esto puede llevar al aislamiento y al deterioro de la autoestima.
Como psicólogo especializado en esta área, el abordaje terapéutico se centra en un espacio seguro y confidencial para:
-Evaluación exhaustiva: Entender las motivaciones profundas del consumo.
-Reducción de daños y prevención de recaídas: Desarrollar estrategias para un consumo más seguro o para la abstinencia, según los objetivos del paciente.
-Terapia centrada en las emociones: Trabajar la culpa, la ansiedad, la homofobia internalizada y otros factores emocionales subyacentes.
-Reconstrucción de la autoestima y redes de apoyo: Ayudar al paciente a recuperar el control de su vida y a conectar con redes sociales saludables.
El chemsex es un desafío complejo, pero con el apoyo profesional adecuado, es posible recuperar el bienestar emocional y sexual. Si te sientes identificado/a o te preocupa esta situación, dar el primer paso y buscar ayuda es fundamental.
WhatsApp us